Álvaro Siza visita la Quinta da Malagueira, en Évora, en marzo de 1977. Un dibujo es testigo de ese primer encuentro. Al fondo, el perfil de la Quinta se confunde con el de la ciudad. En primer plano, el propio Siza, de espaldas, sostiene un cuaderno en el que registra, entre otras cosas ese mismo perfil. Su mirada recorre, a ras de suelo, los pliegues del terreno: atraviesa árboles y caminos, una linea de agua, un pozo. Uno no puede dejar de pensar en el primer dibujo de Le Corbusier en Chardigan y en la inscripción que le acompaña: Le terrain était vide... Ninguna frase podria ser más inadecuada para acompañar el dibujo de Évora. La Malagueira no estaba vacia y ese primer dibujo no es una bella y nostálgica imagen de los alrededores de Évora. Es parte de un mecanismeo que trata de comprender - no tanto para explicar como para modificar- un lugar concreto en un momento concreto. Siza està proponiendo una estrategia, una regla del juego, que van a permitir iniciar y acompañar un largo proceso de transformación. Los conductos de las infraestructuras dejaron un primer trazo obscuro en el paisaje. Aparecieron las primeras casas y con ellas, las primeras familias. Las primeras tiendas. Y más viviendas: todas iguales y blancas y todas diferentes. Han pasado exactamente veinte años desde aquella primera visita. hay una casa pintada de amarillo. Una franja de color azul enmarca las puertas y ventanas de otra. Algún azulejo aquí y allí...La arquitectura se ha convertido en soporte de la vida. Hace unos meses, durante la inaguración de una exposición retrospectiva de su obras en Matosinhos, su ciudad natal, Álvaro Siza afirmaba que el sueño de un arquitectio es no ser necesario. El trabajo de Enrico Molteni trata, a mi entender, de dar razón cómo Siza ha logrado, en la Malagueira, hacer realidad ese ambicioso sueño.