Ninguna ciudad como Viena ha conocido, a lo largo de un período tan largo, semejante esplendor musical, ni ha ofrecido el recuerdo de tantos nombres ilustres, de tantas obras inmortales ni de tantos acontecimientos inscritos para siempre en la historia.
Este gran centro musical, lugar de nacimiento o de adopción de un número impresionante de compositores y músicos que se sitúan entre los más grandes, desarrolló un estilo propio que todavía permanece vigente.
Junto a la música seria, ilustrada por una extraordinaria sucesión de genios (Gluck, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, Bruckner, Mahler, Wolf, Berg, Schönberg o Webern, por citar tan sólo a los más célebres), Viena, como es bien sabido, ha logrado preservar al mismo tiempo una tradición de música ligera que no parece acusar el paso del tiempo, en la que el elegante ritmo del vals se alterna con el irresistible frenesí de las polcas, galops o cuadrillas, así como con el encanto melódico de la opereta, representada, entre muchos otros, por la familia Strauss y por Franz Lehar.
Los pulmones de esta intensa vida musical fueron los bailes, los cafés y los quioscos de música, dominados por esas instituciones prestigiosas y venerables que fueron, y siguen siendo, la Staatsoper (la Ópera), la Volksoper (la ópera popular), la Orquesta Filarmónica (considerada como la mejor del mundo) y la Orquesta Sinfónica, formaciones que contaron con la participación de las batutas más ilustres y los cantantes más apreciados.
Sin embargo, bajo la apariencia de este perenne esplendor, este libro, un amplio fresco poblado por innumerables personajes secundarios, desvela una historia llena de intrigas, disputas y enfrentamientos, repleta de paradojas y contradicciones, cuyos efectos sobre la historia de la música siguen siendo hasta hoy de un alcance inconmensurable.