El documental es tan viejo como el cine, pues ya de los hermanos Lumière podía decirse que hacían documental sin saberlo. El género engloba prácticas muy diferentes y toda tentativa de definirlo será por fuerza reductora ante su diversidad. Interrogar al cine por su vocación documental equivale a interrogarse sobre el estatuto de la realidad ante la cámara, o sobre la relación del filme con la realidad.
Ficción y documental son dos ejes de un mismo arte que recupera la realidad. Hoy los límites entre ambos se difuminan y tienden a confundirse. En cambio, la frontera entre el cine documental y el reportaje, el magazine o cualquier formato de tiende a definirse cada vez más nítidamente. La captura de imágenes, el «directo» o el dispositivo, tal y como los practica la televisión, se distancian cada vez más del arte de la puesta en escena, el único capaz de restituir la riqueza y complejidad de lo real.
Jean Breschand apoya su análisis en películas y cineastas, empezando por los pioneros, por los Lumière, pero también por Flaherty y Vertov, y por Jean Vigo. Luego sigue con las grandes figuras de Jean Rouch y Joris Ivens, y con cineastas como Abbas Kiarostami y Chantal Akerman. Las cuestiones de la memoria y la historia son consustanciales al género, desde Nuit et Brouillard, de Alain Resnais, hasta Shoah, de Claude Lanzmann, pasando por la obra esencial de Chris Marker. Cineastas contemporáneos como Michael Moore completan un panorama que en modo alguno puede ser exhaustivo.