Los artistas se han referido a la felicidad y a su sombra inseparable, la desdicha: poetas, escritores, músicos han sabido crear obras capaces de arrancarnos lágrimas o hacernos sentir, de repente, ligeros, confiados y felices. Los pintores, de un modo todavía más sutil, se han mostrado capaces de perturbarnos, de modificar nuestra manera habitual y rutinaria de ver la realidad y de captar los momentos de felicidad, los sentimientos de tristeza. Para resolver el misterio de la felicidad, la pintura puede servirnos de guía, un guía enigmático en sí mismo, que sólo nos hablará con imágenes y metáforas, más allá de las palabras y el razonamiento.
El arte de la felicidad reproduce obras pictóricas para ilustrar los mensajes que nos transmite cada pintor
La llevamos buscando desde hace tanto tiempo, esa felicidad, que a veces llegamos a dudar de su existencia o del interés que supone perseguirla. Entonces, retomamos el curso de la vida cotidiana, ni totalmente infeliz ni completamente dichoso. Hasta que, de nuevo, se nos impone la intuición de su existencia, como una cuestión que debe resolverse, un imperioso misterio que debe dilucidarse.
A través de veinticinco cuadros, Christophe André intenta conectar los sentimientos que tenían los pintores en el momento de realizar la obra con nuestros propios sentimientos. Una forma diferente de analizar obras de arte y, sobre todo, una forma distinta de analizar nuestro propio estado de ánimo.
Con un escorzo magnífico y fulgurante, Van Gogh, agotado por su caos interior y su lucha contra la enfermedad psíquica, se concentra en los esencial: el impulso de la vida hacia la trascendencia y los cielos. Ha pintado el cuadro con la cabeza mirando el cielo, sin ver nada más a su alrededor.
Vicent Van Gogh es uno de los pintores que analiza Christophe André. También podemos encontrar obras de Johannes Vermeer, Claude Monet, Jean Honoré Fragonard o Rembrandt.