Franco fue un hombre astuto que supo ascender desde un lugar secundario en la sublevación de 1936 hasta la cúspide del poder. Tuvo la habilidad de transformar en vitalicio ese poder, que debía ser transitorio y mantenerse sólo mientras durase la guerra civil. Pero pronto sufrió del mal que aqueja al poder, prestó oídos sólo a los que le contaban lo que quería oír, y fue perdiendo contacto con la realidad. Como dijo Kindelán, estaba «ensoberbecido e intoxicado por la adulación y emborrachado por los aplausos. Está atacado del mal de altura; es un enfermo de poder». Carlos Blanco Escolá analiza la figura de Franco desde su infancia, dónde un padre distante, entre otras cosas, comienza a hacer que Franco desarrolle un carácter psicópata, hasta su muerte.