Presentar la filosofía como una de las bellas artes parece un empeño difícil y audaz. En algunos ambientes académicos, esta clasificación de la filosofía entre las artes provocará un sentimiento de amenaza contra la categoría intelectual y científica de su trabajo. Frente a estas posibles objeciones, Daniel Innerarity afronta brillantemente la tarea de definir a la filosofía como una de las bellas artes. Con esta definición quiere expresar, en primer lugar su rechazo a una dicotomía muy extendida: la que opone lo interesante -aquello que aporta sentido a la propia vida- a lo científico, es decir, lo riguroso y exacto. %13La filosofía -dice Innerarity- puede hacerlo con mayor o menor fortuna, pero aspira a reunir gozo y seriedad, rigor y comprensibilidad, vida y reflexión, fundamento y valoración. No se resigna a tener que elegir entre la verdad abstracta o la vida irresponsable%13.Estas consideraciones descubren el verdadero alcance de la tesis de Innerarity. Con su libro no pretende ofrecer unos consejos a quienes aspiran a exponer su pensamiento filosófico de una manera digerible. Lo que defiende este libro es la condición artística de la propia filosofía. Pero cabría preguntar: ¿qué tienen en común la filosofía y el arte? A juicio de Innerarity, ambas son cultivos de atención hacia la realidad. La filosofía como arte busca la verdad no en el consenso que suprime las diferencias, sino a través de un desacuerdo productivo.