México es un país de geografía tumultuosa, de montañas que aíslan y generan diversas culturas. Hubo al menos diez o quince sobresalientes dotadas de un genio propio. Quedan veinte mil sitios arqueológicos, y seis millones de indios que hablan cincuenta lenguas tan apartadas entre sí como el chino del español. Dediqué veinte años al estudio de los indios y escribí cinco libros voluminosos, parte de ellos traducidos a varios idiomas.
Son muy pocos los que pueden leerlos completos y decidimos hacer la presente antología. Se trató de viajar en pequeños aviones y de asistir a ceremonias y rituales arcaicos sobre todo en regiones muy apartadas y de difícil acceso. Son viajes portentosos que abarcan desde el siglo XIV al siglo XX, un fenómeno que tal vez no se da en otras naciones.
¿Qué me enseñaron los indios? Me enseñaron a no creerme importante, a tratar de llevar una conducta impecable, a considerar sagrados animales, plantas, mares y cielos, a saber en qué consiste la democracia y el respeto debido a la dignidad humana. También a pasar de lo cotidiano a lo sagrado, a liberarnos de las culpas relegadas al inconsciente por medio de una catarsis capaz de dar la muerte a los extranjeros privados de la guía del chamán y ¿qué otra cosa es un chamán sino el maestro del éxtasis? El éxtasis consiste en sentirse un átomo pensante, fundido en el tiempo y en el espacio eterno del Universo. Ésas fueron sus enseñanzas, pero temo no haber sabido aprovecharlas.
Espero que esta experiencia transcendente pueda interesar a lectores de otros países donde domina la razón y no una cultura mágica religiosa. México no es un México sino muchos Méxicos, de aquí su misterio y su extraña complejidad.
Fernando Benítez