Hace sólo seis días que ha empezado el otoño y en los campos soplan tempestades revolucionarias y vientos de miedo. Un rumor de pasos africanos se acerca a Madrid. Los generales sublevados, los vencedores de Toledo, quieren tomar café en la Gran Vía y oír misa en los Jerónimos. Un cerco de muerte acecha desde Majadahonda hasta Vallecas. Regulares y legionarios atacan en la Casa de Campo y asaltan la Ciudad Universitaria protegidos por los cañones del cerro Garabitas. Allí, en las trincheras, junto a las facultades, en las salas del Clínico, les esperan los milicianos anarquistas, las brigadas internacionales, el pueblo de Madrid, hombres y mujeres anónimos que no les dejarán pasar. Durante cuatro largos meses de combate, Madrid será la patria del sufrimiento. Cuando, agotados, descansen los frentes, seguirá la batalla en el cielo. Bombas sobre Alcalá, bombas sobre el Prado, bombas sobre el Clínico de San Carlos, bombas sobre Atocha… Arden las chabolas del barrio de Tetuán, arde el palacio de Liria. Una alfombra de niños muertos cubre el paseo de Rosales. Cuando paren los bombardeos llegará la punzada del hambre. Ya no hay qué comer en Madrid, pero Madrid resiste. Mujeres famélicas desuellan un mulo destripado por las bombas, mientras perros enloquecidos por el hambre hacen cabriolas a su alrededor; pero Madrid resiste. A oscuras, las calles están desiertas y ciegas, mientras resuenan las descargas de fusilería, el chasquido rítmico de las ametralladoras y, de vez en vez, los cañonazos densos y opacos. En el pecho la angustia, la zozobra y el dolor de todo y por todo, pero Madrid resiste. Y se hace leyenda. Si quiere usted dirigirse al autor, puede hacerlo a través de la siguiente dirección electrónica: labatallademadrid@hotmail.com