¿Cómo puede ser inocente el fraude? Nos lo explica John Kenneth Galbraith, uno de los mayores economistas del siglo XX, en este libro, una especie de “testamento intelectual” en el que nos lega una crítica radical de la economía, la política y la moralidad pública de nuestro tiempo. Dice el profesor Galbraith que la distancia entre la realidad y la “sabiduría convencional” nunca había sido tan grande como hoy en día porque el engaño y la falsedad se han hecho endémicos. Tanto los políticos como los medios de comunicación han metabolizado ya los mitos del mercado, como que las grandes corporaciones empresariales trabajan para ofrecer lo mejor para el público, que la economía se estimula si la intervención del Estado es mínima o que las obscenas diferencias salariales y el enriquecimiento de unos pocos son subproductos del sistema que hay que aceptar como males menores. Es decir, que nos hemos rendido totalmente ante el engaño y hemos decidido aceptar el fraude legal, “inocente”. Pero la realidad es que el mercado está sujeto a una gestión que financian y planifican cuidadosamente las grandes corporaciones privadas. Éstas, por otra parte, ni están al servicio del consumidor ni las controlan sus accionistas, sino los altos ejecutivos, que han desarrollado una compacta burocracia corporativa responsable de escándalos financieros como los de Enron, Worldcom o Arthur Andersen. La distinción entre los sectores público y privado cada vez tiene menor sentido, porque son los grandes conglomerados empresariales quienes controlan el gasto militar y el dinero público. Lo que al anciano economista le repugna es la aceptación acrítica de un sistema que retuerce a su gusto la verdad y enaltece la especulación como fruto del ingenio, la economía de libre mercado como antídoto para todos los males del mundo y la guerra como el gran instrumento de la democracia.