La parte más pobre de la población mundial, nada menos que el 46 %, sólo posee el 1,2 % de la renta global. Su poder adquisitivo por persona y día es insignificante. Y muchos de ellos ni siquiera tienen suficiente comida para sobrevivir. Un tercio de todas las muertes humanas son ocasionadas por causas relacionadas con la pobreza: dieciocho millones al año, entre las que se incluyen las de doce millones de niños menores de cinco años.
En el otro extremo, el 15 % de la humanidad perteneciente a las posee el 80 % de la renta global. Dedicar un uno o un dos por ciento de nuestra porción a la erradicación de la pobreza parece una obligación moral. Aun así, la prosperidad de los más favorecidos está provocando un crecimiento de la desigualdad global, aunque la mayoría de los ricos cree que no tiene responsabilidad alguna al respecto.
El libro de Pogge pretende explicar por qué se mantiene en pie esa creencia. Para ello, analiza la forma en que se han configurado nuestras teorías morales y económicas con el fin de que nos sintamos desvinculados de la pobreza absoluta que subsiste fuera de nuestras fronteras. Y, al disipar esa ilusión, también ofrece un criterio modesto y ampliamente compartible de la justicia económica global, elaborando propuestas detalladas y realistas capaces de satisfacerlo.