Las relaciones entre ética y religión, entre relativismo y fundamentalismo, entre naturaleza humana y deseo humano preocuparon largamente a Richard Rorty. Producto de esa preocupación es este libro en el cual, poco antes de su muerte, el filósofo norteamericano define una ética laica que no está situada en un lugar subordinado respecto de la religión, sino que tiene una autonomía precisa y constituye un importante recurso para garantizar el futuro espiritual de la humanidad. Apoyándose en los grandes autores que guiaron el conjunto de su obra, y en abierta y explícita oposición a las doctrinas promovidas por Benedicto XVI, Rorty afirma que la única fuente de ideales morales es la imaginación humana.