Cuando el hombre mira el mundo, lo hace regido por el principio antrópico, y se percata de la dinamicidad propia de la creación: espacio, tiempo, `geometría` y legalidad. Por ello, la ciencia no se puede entender como mero «desvelamiento de realidad», es decir, no nos podemos preguntar por el mundo sin preguntarnos a nosotros mismos por el mirar-más-allá. La realidad que construimos con nuestro insaciable mirar-más-allá no alcanzaría a ser si no se nos planteara con toda su agudeza el problema de la verdad de nuestra mirada y de nuestros decires de la ciencia. Por ello, la «filosofía de la naturaleza y de la ciencia» es decisiva para llegar a una metafísica de la realidad del ser, y es paso obligado para llegar hasta él.