Las psicosis infantiles se caracterizan por una gran desconfianza del niño hacia el mundo exterior, que en
el caso del autismo puede ser visible desde los primeros meses de vida y empujar al niño a crearse un mundo «sin
recurrir a nadie más que a él mismo». Las hipótesis de una génesis orgánica del autismo explican solamente una mayor
fragilidad en estos sujetos a nivel estadístico. Falta explicar por qué la gran mayoría de personas afectadas por
cualquier síndrome orgánico al que se atribuye el autismo no son de hecho ni autistas ni psicóticos. Con la hipótesis
de la organogénesis, la distinción entre autismo y otras enfermedades con rasgos autistas no tiene ya sentido. El
resultado es una verdadera «epidemia» de autismo, es decir, el aumento de casos comprobados al mil por ciento en pocos
años. Para afrontar tal «epidemia» se apuesta, sobre todo en Estados Unidos, por importantes inversiones en terapias de
tipo educativo-comportamental. Pero los autistas no son discapacitados que deben ser formados, sino sujetos que tienen
dificultades a causa de un trastorno que no está localizado en los pliegues del cerebro, sino en lo simbólico. ¿Adónde
fueron a parar las investigaciones que tendían a aislar a un grupo de niños para que consiguieran notables mejoras, con
un trabajo preliminar que los sostenía y conducía hacia una mejor apertura al mundo? El trabajo sutil con estos niños
parece no estar de moda. No se quiere saber qué significa ser autista, tener miedo a cada imposición. En Antenna 112
nos empeñamos en apoyar a estos niños sin forzarlos. Ellos exigen que haya alguien que les dé garantías, un
«guardaespaldas» (como lo ha definido un niño autista), que defienda su subjetividad, un «Otro» poco musculoso, que sea
curioso y creativo frente a niños tan desarmados y al mismo tiempo tan fuertes.