«He contado veinticinco direcciones, en mi larga vida (comienzo estas notas el día mismo en que cumplo 77 años). Eso sin contar los hoteles y las estancias cortas a que me ha llevado mi calidad de periodista y luego de eso que llaman funcionario intencional y después de profesor de universidad. Conservo muy viva la memoria de los lugares, caras, las conversaciones y, además, cuando algo me sorprendía (y me he pasado la vida yendo de una sorpresa a otra), tomaba nota. Resultado de todo esto y de mi manía de escribir es el presente libro».
Estas palabras al inicio de Ciudades sin inaugurar sirven para situar el libro dentro de esta colección: la descripción de lugares a los que el autor ha vuelto una y otra vez constatando 1os cambios que en las ciudades se han producido y que nos cuenta con una sensación de asombro. maravilla, depresión, exasperación y optimismo, lo que para él «resume el placer de viajar y el deleite de mudarse de casa».