A falta de una ideología coherente, Franco apeló siempre a ideas fijas, a temas recurrentes, que manchaban obsesivamente sus escritos y discursos (la conjura judeo-masónica, los separatismos, el peligro rojo, Caudillo «por la gracia de Dios», la misión cristiana de su cruzada). Estos tics forman, como una cohorte de fantasmas, lo que el autor designa como «los demonios familiares» del dictador. Al señalarlo, se pregunta una vez más si su mera existencia como «ideología» fue suficiente explicación para que un hombre, solo, sojuzgara durante casi medio siglo la voluntad de todos los españoles. Completa la obra un diccionario sobre el franquismo en el que el autor pone de manifiesto los tópicos que forjaron la política, las costumbres, los personajes e incluso el lenguaje de cuarenta años de poder absoluto: términos como el «atado y bien atado», el Movimiento, Franco centinela de Occidente, personajes, leyes, pactos y etc.