Muchas de nuestras zarzuelas son un trozo de la vida misma, un retrato de las gentes, de sus alegrías y de sus penas, aunque unas y otras se nos presenten tamizadas por el lenguaje fantástico y colorista del teatro y de la música. Esta vida, alegre y trágica a la vez, transcurre, indistintamente, en lugares imaginados o en escenarios conocidos de nuestro quehacer cotidiano; en países remotos y soñados, o en las calles y plazas que paseamos cada día. A estas últimas están dedicadas estas páginas. A estas calles, plazas y lugares que la magia de las candilejas convierte en protagonistas, dándoles vida, vistiéndoles con los colores de las emociones, imprimiéndoles categoría social, o disfrazándoles de la ironía simpática y aguda de la crítica más certera. Son los lugares donde pasea el garbo de las bellas mujeres, las plazas en que nacen los piropos y los requiebros, las calles que, impasibles y serenas, ven pasar el tiempo y las gentes. Plazas, calles y lugares con historia propia: curiosa como la del Pez, trágica como la de Válgame Dios, reivindicativas como la del Carnero, cultas como la de los Estudios o simpáticas como la de la Pasa. Plazas, calles y lugares de Madrid que tienen en la zarzuela, y especialmente en el género chico, una crónica singular de su historia, porque son verdaderos cronistas de la Villa.