William Shakespeare (1564-1616) escribió El rey Lear hacia 1605. No es una obra sobre un rey llamado Lear. Ni siquiera es una obra sobre un rey que tenía tres hijas. O no solamente. Una estructura de vidas cruzadas, eso es El rey Lear: no menos de dos historias en paralelo («ocho o diez líneas narrativas independiente», dice Peter Brook), de similar intensidad. Ese cruce de parejas y tríos (Lear-Cordelia-Regan-Goneril, Gloucester-Edgar-Edmund, Lear-Kent-Bufón...) entreteje una geometría endiablada, estimulante, inagotable todavía después de cuatro siglos. El silencio se cruza con el estruendo en esta obra y adquiere un peso equivalente. silencio de Cordelia, que desconfía de la verborrea en los asuntos del amor. Silencio del Bufón, que hace un sorprendente mutis definitivo en plena función, para cenar al mediodia, como si cediera sus herramientas al pobre Tom, a ese Edgar encubierto bajo el disfraz de otro loco. El estruendo del poder, la crueldad, la ambición, la fuerza del mal... La máquina de la diosa Fortuna es aquí la máquina del infortunio y la desolación, pero también la maquinaria de una sensualidad imparable, que impregna casi cada palabra y cada sílaba del texto de Sahkespeare.