Jelaluddin Rumi es sin duda alguna el maestro más representativo del sufismo. Nacido en Balk, (norte de Afganistán), en el año 1207, emigró a Konia (Turquía) a los 8 años tras un largo periplo, pasando por La Meca y Damasco. Durante el viaje, Rumi conoció a muchos maestros espirituales y tras la muerte de su padre, Bahauddin Walad, un eminente teólogo del Corán conocido en los círculos religiosos del Jorasán como ?el Sultán de los Sabios?, se convirtió en su sucesor. Pero no fue hasta su encuentro con su maestro, un desconocido llamado Shams de Tabriz, cuando alcanzó la unión mística, el fana, el anonadamiento del alma en Dios.
Rumi dictaba sus versos en estado de trance. Cantaba, bailaba y se hacía uno con las cuerdas de su laúd. Su poesía es un equilibrio entre la experiencia sensual y la del amor divino: del sabor de un fruto terrenal al gusto de Dios. No sólo fue el fundador de una orden sufí en Konia, la orden de los Derviches o Giróvagos, esos monjes que bailan girando sobre sí mismos hasta alcanzar el éxtasis, sino que además siguió impartiendo la doctrina del Amor Divino por la vía de la negación del ego, así como la reivindicación de la supremacía del instante presente y la búsqueda de la divinidad en cada partícula del universo, hasta el momento de su muerte, el 17 de diciembre de 1273.
La presente antología de los mejores textos de Jelaluddin Rumi, realizada por Coleman Barks, es ante todo la traducción de la obra de un poeta realizada por otro poeta, pensada para ?confundir a los eruditos que clasifican la poesía de Rumi según las categorías aceptadas?, porque ?la mente quiere categorías, pero la creatividad de Rumi era el qalb, una tremenda generosidad compasiva, un manar constante que trascendía las formas y la mente.