Guillermo de Torre (Madrid, 1900 - Buenos Aires, 1971), poeta y crítico literario, fue una de las figuras centrales de la vanguardia española. Inició muy joven su carrera de escritor. Ramón Gómez de la Serna, en su libro Pombo (1918), lo consideraba un -muchachito inteligente y delirante». En 1918 conoció a Huidobro y a los Delaunay; con el primero las relaciones se agriaron a partir del artículo «La poesía creacionista y la pugna entre sus progenitores» que publicó en Cosmópolis –revista de la que era secretario de redacción– en 1920; posteriormente se enzarzaron en una dura polémica en las páginas de Alfar,- el chileno también publicó el texto de su réplica –Al fin se descubre mi maestro– como suplemento de Creación. Firmante del manifiesto ultraísta (1919) y participante en la velada del Ateneo de Madrid (1921), fue el principal activista de la tendencia, y el más interesado por las artes plásticas de sus miembros. En 1920 fue uno de los firmantes del poema automático colectivo enviado por Borges a Tzara, lanzó Reflector con Ciria y Escalante, y un texto suyo figuró en el catálogo de la exposición de Barradas en Dalmau. Ese mismo año fue incluido en la lista de los «présidents Dada» por Tzara, al que al año siguiente envió un original para su nonata revista Dadaglobe. Cansinos, en El movimiento V.P. (1921), lo caricaturizó como «el poeta más joven». De su actividad internacional nos habla su presencia entre los firmantes de la proclama ultraísta de Prisma (1921) o entre los del manifiesto «Rosa náutica» (Valparaíso, 1922), en algunas revistas europeas importantes –en 1925 figura como miembro de la redacción de Manomètre– y en la antología de Yvan Goll Les Cinq Continents (1922). Tres son sus publicaciones «exentas» durante aquel período: el Manifiesto vertical (1920), aparecido como suplemento del último número de Grecia, con ilustraciones de Barradas (entre ellas un retrato) y Norah Borges –ese mismo año había proyectado una revista que se hubiera titulado Vertical–; el poemario Hélices (Madrid, Mundo Latino, 1923), con cubierta de Barradas, retrato por Vázquez Díaz e ilustraciones de Norah Borges, y una de cuyas secciones se titula, marinettianamente, «Palabras en libertad»; y la suma crítica Literaturas europeas de vanguardia (Madrid, Caro Raggio, 1925), que ejerció una enorme influencia en España y en América –para nosotros, dice Alejo Carpentier, fue una especie de biblia–, reseñada por Giménez Caballero en El Sol, por Jarnés en Alfar, por Eugenio Montes en Revista de Occidente y por Mariátegui en Variedades de Lima. Recordemos además sus traducciones de Verlaine y de FI cubilete de dados (1924)