Sacristanes pecadores y alucinados, hombres lobo, pescadores de sardinas y cazadores de ballenas, curas, meigas, sordomudos, suicidas, choronas, curanderas, fornicadores, sirenas, vírgenes martirizadas... Las vidas y andanzas de todos ellos acompañan en un continuo fluir a náufragos, desaparecidos y ahogados, habitantes que danzan, como suspendidos, en ese territorio que está entre la vida y la muerte, o quizás más allá de la vida y de la muerte. Madera de boj nos sitúa en aquel lugar que los romanos entendieron como el fin del mundo, el Finis Terrae, y, desde allí, Camilo José Cela dirige su mirada maestra hacia la fachada marítima gallega convirtiéndose en puntual notario de la capacidad destructora de la Costa de la Muerte: da fe de los naufragios porque al tiempo se le puede dar marcha atrás si se le mece con inteligencia y con cariño. Con una prosa magnífica e innovadora, Camilo José Cela vuelve a sorprendernos con un viaje por una Galicia que nace del alma y vive en el alma; un viaje salpicado por el verdoso tinte de la lujuria y siempre pasado por el filtro del humor y del amor. Para Víctor García de la Concha, en Madera de boj alcanza la narratividad lírica de Camilo José Cela su cima más alta.