«—Dígame, ¿es tan grave lo que ha contado de su mujer? ¿Por qué ha guardado usted silencio?
—No es ni grave ni bueno—replicó el doctor—. Tan sólo corriente. Y si no fuera porque hace tiempo viví cierta historia, no habría permanecido tan callado. Pero desde que conozco esa historia particular, he dejado de compadecer a los maridos de las mujeres enfermas. No se puede asistir a los incurables. Al que quiere suicidarse, es imposible salvarlo. Los maridos de ciertas mujeres enfermas son unos suicidas incurables. Y para que me crea, le contaré esa historia. Escríbala algún día.»