Iris Murdoch pertenece a aquella generación de escritores británicos, como Kingsley Amis, John Wain y William Golding, que irrumpieron en la década de los cincuenta y cuyas obras tenían en común la preocupación por las relaciones interpersonales y la crisis de valores de la sociedad burguesa.
Iris Murdoch, a la que se comparó con Virginia Woolf, fue quizá la más personal de todos ellos. Se proponía la recuperación de una novela
humanista, consciente de que la preponderancia de la forma, el tema o el
mito amenazan la unicidad del personaje, casi siempre sumido trágicamente en un mundo absurdo.
En El castillo de arena Iris Murdoch traza una profunda reflexión sobre la contingencia, la libertad y el amor, tejida en el trasfondo de una relación matrimonial que se
tambalea. Su inolvidable protagonista, Mor, instalado en su segura racionalidad académica, se siente incapaz de aceptar la irracionalidad que le rodea. Una irracionalidad que Murdoch plasma en un conjunto de personajes
autónomos, distanciados del autor, que no se reducen a tipos sociológicos o a simples conflictos sicológicos.
La responsabilidad, el sentido de culpa, las contradicciones humanas, las
ambiciones, los intereses creados, el choque de individualidades, se entrecruzan en la búsqueda del amor, en la constante averiguación filosófica de Iris Murdoch de si es posible hallar la felicidad en la sociedad de
nuestros días. La paradoja, el humor y la agilidad caracterizan una
narración en la que el análisis de la condición humana camina en paralelo con las reflexiones sobre la naturaleza del arte.