Nana (1880) comienza en 1867, el año de la Exposición Universal cuando París, tomada por una élite cosmopolita que se pasea, pomposa, por los bulevares, era la Ville Lumière, la víctima perfecta para Émile Zola, cuya extensa obra se halla vertebrada por la denuncia mordaz de la hipocresía y la corrupción moral fin-de-siécle. El destino fatal de Nana, hija de la lavandera de La taberna y cortesana de belleza provocadora que triunfa en el teatro de variedades, es el de la burguesía decadente. La novela, incluida en la serie Les Rougon-Macquart, veinte novelas escritas entre 1871 y 1893 en las que Zola traza, a través de una saga familiar, un fresco de la vida parisina en el último cuarto del siglo XIX, consiguió que Flaubert no pudiera articular nada más que entrecortados suspiros de admiración: «¡Capítulo 14, insuperable...! ¡Sí...! ¡Dios Todopoderoso...! ¡Incomparable!...». «Como Homero daba voz y pasiones a los ríos, Zola presta amor al huerto abandonado, misterio maléfico a la mina, fatalidad atrayente a la taberna...» EMILIA PARDO BAZÁN