El maestro observó a cuatro monjes que discutían, obstinados, frente a una bandera que flameaba. Cada uno argumentó según su particular enfoque: -Este paño es un objeto inanimado y es el viento quien lo hace ondear. -La brisa carece de movimiento propio, por lo que es imposible que agite cualquier cosa. -El flamear es sin duda una relación de causa y efecto. -En lo esencial, no hay bandera inquieta, sólo el viento la hace flamear... Fue entonces cuando Huei-Neng, el patriarca fundador del budismo zen, analfabeto, al caminar frente a ellos los serenó: -Amigos, ni viento ni bandera, sólo veo vuestras mentes agitadas. Sorprendidos, los jóvenes pidieron con humildad que el maestro los aceptase como sus discípulos. Cuando los grandes maestros no encontraban las palabras, ni las definiciones intelectuales para explicar las más importantes enseñanzas de la vida, recurrían a la parábola, a la fábula, al mito o al sueño.