«?Livesey ?dijo el squire?, va a dejar inmediatamente de hacer sangrías y recetar curas para la gripe. Mañana salgo para Bristol. Dentro de tres semanas?, ¡qué digo tres semanas!?, de diez días?, tendremos el mejor barco, sí señor, y la mejor tripulación de Inglaterra. Hawkins viene de grumete y ¡qué grumete vas a ser, Hawkins! Usted, Livesey, médico de a bordo; yo seré almirante. Llevaremos con nosotros a Redruth, Joyce y Hunter. Tendremos vientos propicios, travesía rápida y ninguna dificultad para encontrar el lugar, y después dinero hasta hartarnos?, hasta revolcarnos en él?, hasta para despilfarrar durante toda la vida.
?Trelawney ?dijo el doctor?, iré con usted, y le aseguro que también irá Jim, y tenga la absoluta convicción de que nos será de mucha ayuda. Sólo hay una persona a quien temo.
?¿Y quién es? ?gritó el squire?. ¿Cómo se llama ese canalla?
?Usted ?replicó el doctor?, porque no puede sujetar la lengua. No somos los únicos que sabemos de este documento.»
La Isla del Tesoro es un relato oscuro. Oscuro por la conciencia de que al final del camino hay riquezas que van más allá de los sueños de la avaricia. Todos saben algo, intuyen un oscuro secreto, pero nadie lo sabe todo, excepto quizá Billy Bones, el viejo capitán que parece haber sobrevivido a una vida de pillaje, calumnias y codicia. Pero está a punto de morirse? y aunque se está a punto de morir, los que saben algo importunan su condenada alma.
Acentúan la sensación premonitoria los golpecitos del bastón de Pew el Ciego en la neblina arremolinada de un solitario páramo a la orilla del canal de Bristol. La amenaza de un peligro
inminente se torna claustrofóbica, se pega como un sudario húmedo. La amenaza de un marinero con una pata de palo y la siniestra visita de Perro Negro con la mano mutilada se acercan.
Sólo Jim Hawkins puede que sea inocente, pero incluso él se esfuerza demasiado en mantenerse imparcial y por encima de la lucha que desgarra a cada uno de los personajes de la historia, incluido él mismo. A todos, incluso a los respetados doctor Livesey y squire Trelawney les ciega una desmedida sed de oro.
No hay dechados de virtudes en esta novela. No hay lugar para la respetabilidad en un chirriante barco de madera tripulado por aventureros decididos a enriquecerse de golpe con un tesoro bañado en sangre, lo que los sitúa al mismo nivel que la chusma infame que lo guardó en una isla dejada de la mano de Dios. De hecho, los piratas que lo escondieron nos parecen más dignos de respeto que el que esta pandilla pudiera suscitar en una docena de relatos.
No he buscado, pues, la honorabilidad en los rostros de los personajes: son tan malos o tan buenos como cualquiera que se encuentre atrapado en la alocada rebatiña del dinero mal ganado, y esto hace tanto mejor el relato de Robert Louis Stevenson y su forma de contarlo? La caza de tesoros es un negocio desesperado. Ralph Steadman, Prólogo, 1985.