Desde que supimos que el doctor Jekyll tenía su míster Hyde, aprendimos a sospechar en los personajes de Stevenson, incluso en los más aventureros, la cara oculta de la luna. En El Señor de Ballantrae, novela de permanente guerra fratricida, indagó en el origen del mal y sus consecuencias. ¿Qué pensaba de ese personaje que no acaba de morir, diabólico resucitado que una y otra vez resurge de la tumba? ¿Es la descripción de una batalla contra el mal en la que siempre acabamos vencidos, como el caballero que tanto admiraron los románticos? «Así soy yo», había dicho Stevenson un día en que leía El Quijote en la cubierta de una goleta que navegaba por el Pacífico.