Borges, ese vasto sustantivo, es el tema en sí. Ese Borges oral, prismático y babélico que fue cayendo, gota a gota, en charlas de apuro, periódicos, revistas, aeropuertos. lo dicho en un café, en Machu Pichu, a la orilla del Tíber o frente a una cara imaginaria. Lo borgeano que la crónica recogió con la urgencia de costumbre. Lo permanente que quedó impreso en lo efímero y que, por tratarse de Borges, no merecía hibernar en la melancolía de una hemeroteca.
Un libro que recoge su dardo y su tortura, su palabra de perfil, su ojo polifemo y su devastador adjetivo. ¿No es acaso un libro que Borges dejó colgado en el aire para que alguien lo robara? El ladrón he sido yo.