Se puede jugar con el corazón de una pobre niña rica pidiéndole dinero para comprar libros y utilizándolo para pagarse a un par de profesionales del sexo...
Se puede jugar con el miedo de una famosa modelo y actriz de cine, y asediarla con llamadas telefónicas y amenazadoras hasta hacerla enloquecer...
Se puede jugar al escondite con un traficante de drogas, metiéndose en su discoteca y destrozándolo todo sólo para llamar la atención...
Se puede jugar con las palabras y elaborar teorías literarias, revolucionarias e inconoclastas sobre autores clásicos de toda la vida y sus detectives de ficción, con la única intención de ligar...
Se puede jugar con cueros y cadenas y mordazas y látigos...
Se puede jugar en casa y en la calle, en el hospital, en el aparcamiento, en el asilo de ancianos, en el restaurante y hasta en casa de tu hijo, en compañía de nuera y nietos...
Se puede jugar a policías y ladrones, y a investigadores privados, como los de las películas, y al ajedrez, y al parchís, y al póquer, y al mus, y hasta a la ruleta rusa...
Pero con los muertos, no, eso sí que no:
Con los muertos no se juega.