Un personaje que se quiere apropiar de las desgracias del mundo y ver en ellas actos terroristas a los que sólo les falta un autor. Otro que no puede dormir obsesionado por el ruido que debe hacer la torre de Pisa al inclinarse. Una mujer que no tiene amantes pero necesita tenerlos (o más bien necesita que los demás crean que los tiene). otro tipo que se enamora de una vedette -o más bien de la reproducción perfecta de esa vedette en un burdel de muñecas-. Alguien que al vender la biblioteca de su abuelo descubre un secreto familiar que le obliga a comprender todo lo que no comprendía. Un muchacho que hace del deja vu una manera de estar en el mundo. Otro que pasa las madrugadas telefoneando a desconocidos para compartir su insomnio e iniciar la ansiada revolución. Un crucigramista que va a ser utilizado por no se sabe quién ni se sabe para qué, y decide utilizarse a sí mismo para que pase algo.
Los personajes de este libro forman una cabalgata de fantasmas, a veces divertidos, a veces disparatados, que nadan entre la tragedia y el esperpento, y que más que ansiar que algún lector se identifique con ellos lo que parecen es aspirar a que todos los lectores se sientan afortunados de no pertenecer a esa cabalgata, más que como testigos de sus peripecias.