Quinto Horacio Flaco (65-8 a. C.) formó para la posteridad, junto con el senior Virgilio y el junior Ovidio,
la tríada indiscutida de los grandes poetas romanos. Hijo de un liberto (un antiguo esclavo), su talento literario le
valió, en primer lugar, la estima y protección de Gayo Cilnio Mecenas, el que ha dado nombre a los mecenas de todos los
tiempos; después, la del propio César Augusto, el primer emperador de Roma, que le tributó públicamente su admiración e
incluso quiso hacerlo su secretario. Horacio es, ante todo, el Romanae fidicen lyrae ("el tañedor de la lira romana",
el lírico latino por excelencia, y casi el único, en el sentido en que los antiguos entendían el término "lírico"). En
sus Odas recreó los difíciles metros de los poetas eolios griegos, Safo y Alceo, que habían florecido en torno al 600 a.
C. en la isla de Lesbos. Horacio también fue para la literatura europea el gran modelo de la sátira, tal vez el único
género poético que los romanos no debían a los griegos. En las suyas nos da un retrato crítico, pero casi siempre
benevolente, de las gentes de su tiempo. En fin, en sus epístolas literarias, y sobre todo en su Arte poética, sentó
los preceptos por los que los poetas y dramaturgos se guiaron durante varios siglos, hasta que el vendaval romántico
aventó el patrimonio de la tradición clásica.