«Hay un profundo misterio entre las líneas de esta obra -afirma el biógrafo
de Bram Stoker, Harry Ludlam-, y es el misterio del espíritu del hombre que
la escribió». Consumido por una enfermedad tenaz, y agradavadas las
dificultades financieras que siempre lo habían acosado y que ensombrecieron
su vejez, Stoker publicó La madriguera del Gusano Blanco en 1911, a los 64
años. Sería su última novela. El celebrado autor de Drácula moriría en 1912,
pocos días después del hundimiento del Titanic.
El villano de esta peculiar novela iniciática, escrita al parecer bajo el
influjo de las drogas, es una gigantesca y primitiva entidad serpentiforme,
que vive en un hediondo pozo a mil pies de profundidad en el antiguo
emplazamiento de un templo pagano con claras reminiscencias de Machen
(yuxtaposición de supersticiones druidas, britanas, y romanas). Pero esta
singular criatura primigenia, que espera pacientemente completar su
ancestral tarea destructiva, adopta la forma humana de la sinuosa y bella
Lady Arabella, capaz de devorar hombres y fortunas con idéntica frialdad. El
tema de la mujer demonio se desdobla así en el de la supervivencia del gran
gusano prehistórico, una supervivencia verdaderamente monstruosa porque
elimina la noción de tiempo, haciendo que todo sea posible, que todo se
convierta en pesadilla. Lady Arabella es al mismo tiempo la Mujer y el
Dragón del Apocalipsis, Eva y la Serpiente, y para que no haya dudas su
principal antagonista se llama apropiadamente Adam. La intrincada y
divertida trama (que incluye cuatro o cinco historias bastante
independientes entre sí y apenas desarrolladas), está plagada de símbolos
sexuales y de una retorcida imaginería del más genuino surrealismo gótico,
que no en vano atrajo al desmedido cineasta británico Ken Russell, cuya
despendolada adaptación cinematográfica superó con creces sus mayores
excesos y sus más gratuitas extravagancias fílmicas.