Es difícil determinar cuál de las facetas de David Mamet es la más intrigante: la del afamado escritor y director, creador de obras tan audaces y geniales como Oleanna y Glengarry Glen Ross (así como de las delicias cinematográficas Cortina de humo y La trama), o las del vecino que cuarenta años atrás adoptó como hogar un rincón del Vermont cuya energía, tradición librepensadora y riqueza han moldeado su vida y su obra.
En estas breves memorias, Mamet habla de la restauración de una casa rústica de madera rodeada de campos y huertos, del pánico a perderse en los densos bosques, de la emoción de cazar ciervos con arco y flecha, y del placer de conocer a todas y cada una de las personas que desayunan en el mismo punto de encuentro. Una descripción original y muy personal de una tierra que ha ejercido sobre él una atracción enorme.