Un caluroso día de octubre de 1614 moría el señor Alonso Quijano, conocido como don Quijote de la Mancha, asistido por su sobrina y el ama y rodeado de sus amigos, y el mismo día, por la tarde, se le enterraba en presencia de todo el pueblo. La novela de don Quijote había llegado a su término, pero no así la de muchos a los que la vida increíble del ingenioso hidalgo había sacado de su previsible anonimato. Y si don Quijote había tenido su novela, también la tuvieron, muerto él y por haber trenzado sus vidas con la suya, Sancho Panza, Dulcinea el ama, la sobrina, el bachiller Sansón Carrasco, Cardenia, Luscinda, el cautivo capitán Biedma, los duque Ginés de Pasamonte, Roque Guinart, Ricote y cuantos quedaron marcados para siempre por la inagotable humanidad de quien fue tenido en su tiempo por el mayor y más gracioso de los locos.De sus vidas, de sus novelas se habla en esta historia. Hace quinientos años empezó una historia que no ha terminado aún, porque las vidas, como las novelas, a un tiempo que propagan bajo tierra sus raíces, multiplican sus ramas hasta formar esta copiosa trama que llamamos vida, donde la realidad y la ficción a menudo no quieren decir lo que parece.