¿Salvar a los demás para salvarse a uno mismo? Apodado el Pasafronteras a raíz de su entrada ilegal en Zaire, Jordi Raich pasó tres semanas encarcelado en Uganda acusado de espiar para la CIA, estuvo perdido en el desierto somalí con el ejército italiano a la espera de un general que nunca llegó, fue atacado por los heridos que salvó del bombardeado hospital de Vukovar, repartió comida bajo el fuego de morteros rebeldes durante el asedio a Monrovia e hizo jogging con los guardias de la prisión de Guantánamo. Tras veinte años de trabajo con distintas organizaciones humanitarias en docenas de conflictos armados y catástrofes, el autor cuestiona, a la luz de sus vivencias, el mundo de la ayuda humanitaria. Anécdota, pasión, tristeza y humor sirven para explorar los dilemas políticos y éticos de la solidaridad y las relaciones del humanitario -un misionero del tercer milenio- con otros actores del teatro filantrópico: víctimas egoístas, políticos sin escrúpulos, periodistas susceptibles, militares fanáticos y cooperantes aprovechados. Con un estilo ameno y provocador, Raich analiza el comportamiento de la industria «sin ánimo de lucro» que asegura sanar al enfermo, alimentar al hambriento, cobijar al desamparado, proteger al desvalido. Sin embargo, pese a las apariencias, la ayuda humanitaria también mata, es corrupta, competitiva y mezquina, financia guerras, empeora la situación de las víctimas a las que socorre y culpa a los demás de sus propios defectos. El espejismo humanitario combina testimonio y reflexión para despojar a la acción humanitaria de su inmerecido y perjudicial manto de inocencia y hacerla más cercana, con el fin de que el lector conozca las grandezas y las miserias cotidianas de la solidaridad.