Con la naturalidad y elegancia que lo caracterizan, Alistair MacLeod vuelve a acercarnos a su tierra, a sus orígenes. Son sus personajes, como bien dice Jane Urquhart, «reflexivos y emotivos, [...] hombres de notable intimidad no sólo con las mujeres y los niños, sino también con la áspera belleza de su geografía, con las viejas penas de las leyendas familiares, con la santidad del trabajo, con los ciclos naturales del emparejamiento y la matanza de los animales domésticos, es decir, con la vida misma. [...] Todos estos relatos versan sobre el espíritu masculino, sobre su fortaleza y su vulnerabilidad. Una y otra vez nos vienen a la memoria los antiguos héroes celtas, la discusión ética de Oisin con San Patricio, o el dolor de Finn McCool por la muerte de Bran, su amado perro. Sin embargo, y al mismo tiempo, entramos en contacto más estrecho con hombres que son parte de nuestro propio mundo, que son nuestros amigos, nuestra familia».