El ejemplo y patronazgo de Isabel la Católica conmovió el mundo, no sólo el masculino sino ?y más aún? el femenino. Liberadas del peso de tener que ser ignorantes para ser virtuosas, ellas se lanzaron con entusiasmo a bucear en el conocimiento. Catedráticas, pensadoras, poetisas, místicas, no hay campo vedado, ni edad demasiado tardía para iniciarse en el conocimiento...Pero uno de los fenómenos más curiosos de este renacer del espíritu entre las mujeres fue la brevedad de su existencia: no duró siquiera un siglo. Con la muerte de la Reina Católica, el espíritu que sustentaba esta fuerza que parecía imparable, dada su brillantez, decayó. Sin apoyos, teniendo en contra la actitud general de los varones, que veían escaparse del hogar y de las tareas femeniles a hijas y esposas, y con las guerras de religión, se volvió a lo conocido y lo tradicional, dejando de lado toda especulación, inclusive entre los hombres ?cualquier veleidad era mirada con suspicacia por la Santa Inquisición. Suavemente, sin hacerse notar, la mujer resbaló de nuevo dentro del hogar, al silencio de la intimidad. Las posiciones antifeministas antes esgrimidas por Antón de Montoro, Hernán Mexía, Torres Naharro y otros, ganaron el espacio dejado por la ausencia de la Reina. Fray Luis de León manifiesta que la mujer ha de quedarse en casa y, sobre todo, callar, ya que Dios no le ha dado sabiduría; inclusive Santa Teresa de Ávila preferirá que la mujer no sea educada sino dedicada a Dios en la intimidad de la casa o el convento. Los jesuitas terminaron por rematar el asunto predicando en el púlpito los males de las mujeres viragos.