«Hace quince años que nos perdimos de vista. Había olvidado su existencia, lisa y llanamente. Las sobrinas siempre terminan acordándose de uno. De niñas te enseñan los muslos desnudos y un diente torcido, dejan a su paso un olor a vicio mal eclosionado. Cuando están en edad de seducir, te olvidan, pero, a la primera crisis, vienen a pedirte que legitimes su existencia. Recurren al tío como una diva recurre al admirador más antiguo.» ¿Hablar de uno sin intención calumniosa? Es como escupir en un pozo vacío. Puede que en estas páginas se abuse del sentimiento, pero los besos son de arsénico. En ellas no se respeta más que el protocolo del asco, pues ir a la búsqueda de los orígenes es comenzar una empresa de demolición.