Una calurosa tarde, cuando los habitantes del barrio habanero de Marianao se refugian en sus casas huyendo del bochorno y la radio difunde la melodía de un calipso, un joven de quince años sale al patio en busca de algo de brisa. Allí, tendido sobre la hierba, a la sombra de los árboles y rodeado de matas cargadas de mangos, el joven fantasea con escenas de películas cuando, de pronto, en el jardín contiguo, irrumpe un jardinero que, ajeno a todo, arregla sudoroso las plantas, afila su machete y desaparece en la casita de los aperos segundos antes de que llegue la lluvia. Esa aparición despierta en el joven sensaciones hasta ese momento desconocidas, desencadenando, a su vez, deseos de nuevas vivencias. Ya nada será como antes. Desde las novelitas eróticas que el joven descubre escondidas en su propia casa, hasta los encuentros muy poco inocentes que espía aquí y allá, a veces a plena luz del día, o la voluptuosa actitud de personajes como el tío Mirén, las hermanas Landín, el Negro Tola o el atractivo pitcher del equipo de béisbol del instituto, todo lo conducirá al descubrimiento gozoso del sexo.
En su iniciación, mientras toma plena conciencia de su propio cuerpo, el joven aprenderá que el erotismo es como una batalla llena de estrategias y escaramuzas, una lucha sin vencedores ni vencidos, pero para la que hay que prepararse. Sus experiencias no sólo le abrirán definitivamente los ojos a la realidad, sino que también derribarán algunos mitos y marcarán el inevitable final de su infancia, en ese año, para él inolvidable, en que todo el mundo vibra al son del calipso.