Partiendo de la base de que todos los poemas de un autor pueden arrojar luz sobre el núcleo central de su mundo poético, los textos que aquí hemos reunido ilustran ampliamente ese eje de la producción del poeta valenciano, un eje que se alimenta de dualidades contrarias pero que son, precisamente por ser paradójicas, el motor que infunde una dinámica de movimiento perpetuo en el que la muerte y la vida, el deseo y el desencanto, la memoria y el olvido, la infancia y la senectud, la meditación y la acción, el esplendor del cuerpo joven y el acabamiento de esa juventud, la naturaleza que se renueva constantemente ante la lenta inmersión de nuestra mirada en la nada nos introducen en una espiral que nos fascina y nos arrastra a la lectura de un poema tras otro como la vida misma, que nos lleva al desánimo y, a la vez, a la constante elevación humana más allá de cualquier fracaso.
Si bien Carlos Barral declararía al publicarse el libro de Brines El otoño de las rosas que el autor era ya 'un clásico', José Olivio Jiménez lo definiría como 'uno de los poetas de voz más distintiva e intensa, y además explorador pausado, pero incansable, de un mundo interior singularmente diferenciado. Por ello, ese mundo es el suyo, naturalmente, pero el alcance de sus meditaciones poéticas rebasa sus personales circunstancias y se erige en verdades fácilmente (y dolorosamente a veces) compartibles por todos'.