París puede ser una ciudad muy sucia, poco glamorosa, mostrenca. Al menos si quien escribe es Douglas Kennedy, raro ejemplo de autor de best-sellers subversivos. De modo que el París de La mujer del quinto distrito no se parece a la ciudad de las postales, películas y novelas que imaginaba Harry, quien viene huyendo del desastre provocado por un desliz amoroso. De marido, padre de familia y reputado profesor en una universidad americana, Harry ha pasado a tener un empleo de guardián nocturno y una habitación mugrienta en un barrio sórdido y roñoso.
Pero no todo es miseria y fracaso en la vida real. Cuando Harry cree haber tocado fondo aparece Margit, una húngara hace tiempo radicada en París, hermosa, cultivada y disponible aunque, cómo no, un poco misteriosa. De todas formas, Harry no tendrá mucho tiempo para resentir la relación, un tanto peculiar, que entabla con Margit. Es decir, la relación que Margit le permite entablar con ella. Y es que todas las personas que han causado la desgracia de Harry empiezan a padecer lo que sólo podría ser una venganza de los dioses. Pero la policía no cree en esas supersticiones. Vale más contar con un sospechoso de carne y hueso, alguien que tenga un móvil, alguien como Harry.