La atmósfera de Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez; los "habitantes" de la Comala de Rulfo, y la ambientación y los personajes de Los tres entierros de Melquíades Estrada del mismo Guillermo Arriaga, son algunos de los referentes que el lector encontrará en esta pequeña obra maestra. La trama es sencilla, pero esa sencillez es sinónimo de altura literaria, no hay juegos malabares para distraer la atención, todo lo contrario, los lectores quedan atrapados por las palabras, que en manos de Arriaga, se convierten en instrumentos de acción y reflexión a una velocidad de vértigo lento y acompasado.Una joven aparece muerta completamente desnuda. Ramón, un muchacho que vive en un pueblo cercano, es el primero en acercarse al cadáver. Apenas conoce a Adela, la muchacha asesinada, pero todos en el pueblo lo señalan como el novio de la misma. Incapaz de desmentir el rumor que crece con una intensidad imposible de detener, Ramón termina destinado a vengar a su nueva amada, convencido de que es su deber; y poco a poco en el pueblo de Loma Grande se empieza a esparcir el dulce olor de la muerte.En la obra de Arriaga la muerte es siempre fiel compañera de los vivos, ya que sin ella no tendrían razón de existir. Ella es el testigo de los avatares, sus ronchas se pueden ver y sentir en los cuerpos a medida que el tiempo pasa. La muerte es el elixir vital de la literatura de este chilango ciudadano del mundo, y a través de ella conocemos las bondades y las maldades, la generosidad y la miseria que sus personajes, espejos de la vida, acarrean durante toda su existencia. Pura literatura. Esencial en este siglo que comienza, como toda la obra de Guillermo Arriaga: el olor de la dinamita condensada en palabras.