Yo amo a los hombres. Los amo a todos sin distinci—n. Pero los que adoro son los hombres que saben cuando ponerte las manos encima. Quiero decir, sin que tœ se lo digas. Los que saben reconocer cuando ha llegado el momento de pedirte el telŽfono, sin que tu tengas que exhibir tu m—vil, los que te invitan a cenar sin pedir que los lleves en coche de casa al restaurante y del restaurante a casa, los que cuando llega el momento justo saben lo que hay hacer. ÀY en cambio? All’ est‡ la amarga realidad: chicos comprometidos, pero aœn en busca del verdadero amor que te fastidian las veladas con largu’simas y pesad’simas confesiones, caballeros de otros tiempos faltos de cualquier iniciativa, mœsicos cuarentones desorientados ante el primer besos, intelectuales con el atractivo Old England que olvidan el hecho que el British Style implica tambiŽn un irresistible sense of humor. No, no es lo que busc‡bamos. Si hay alguien que todav’a pueda sorprender a su chica, por favor, que dŽ un paso adelante. Es urgente. En serio.