Tejiste una malla alrededor de tu cuerpo,
después del último grito.
Las heridas ya no se distinguen
entre tu piel y tu alma
y una coraza te protege del abrazo de los otros.
No quisiste mirar al carcelero
nunca más,
pero alargó su sombra
delante de tus ojos.
No quisiste mirarlo,
no quisiste,
y sin embargo,
hay cárceles que insisten en quedarse,
invisibles,
adheridas,
sin vuelta atrás.