Es habitual presentar las relaciones afectivas, sus dificultades y conflictos como si sólo pertenecieran al ámbito de lo personal, y como si las únicas soluciones posibles fueran las individuales, de los propios interesados o de los especialistas. Sin embargo, la raíz inmediata de las dificultades entre mujeres y hombres, progenitores e hijos, hay que buscarla en los procedimientos mediante los cuales se ha constituido la familia y el papel que ésta tiene asignado en la sociedad.
Se ha propiciado la desconfianza en la eficacia de la acción colectiva, a través de la participación política y social, para realizar la aspiración a una buena vida. Se tiende a concebir la vida social como amenazadora, incluso dañina, y a dar por supuesto que la familia y las relaciones personales son o han de ser un refugio, un remanso de paz en el que retirarse para recuperar las energías y la capacidad de enfrentar los problemas que genera la vida en sociedad.
En Cuando los amores matan, la socióloga María Jesús Izquierdo reflexiona sobre las condiciones sociales que hacen posible el aislamiento afectivo de nuestro tiempo, lo que conduce a advertir que la autoayuda, el arte de darse una buena vida, reside en la capacidad de reconocer nuestros problemas, de no explotar emocionalmente a la gente más próxima, usándola como excusa para justificar nuestras acciones. Pero también reposa en la capacidad de reconocer como necesaria la unión con los semejantes, bajo una ética de la empatía en el sufrimiento. De este modo la autoayuda es inseparable de la solidaridad. El sentimiento de solidaridad hace de la autoayuda compromiso sociopolítico, no sólo compromiso con uno mismo. A fin de cuentas, lo personal es también político, sin que por ello deje de ser personal.